En París un croque-monsieur -croque madame si lleva huevo-, brandada de bacalao o quiche lorraine, un cassoulet, escargots de Bourgogne o unos crêpes. O quizá una degustación de quesos franceses previa a un brindis con champagne…
En Londres un roast beef y un yorkshire pudding o un fish and chips, una empanada de carne o un shepperd’s pie con su cebolla y sus verduras en la carne componiendo un pastel cubierto de puré de patatas; o quizá un menú hindú porque la comida inglesa es tan cosmopolita como el mismo Londres.
Una pizza en Milán, un carpaccio o unos gnocchi, rissotto, pasta, boletus y de postre panna cotta o quizá un tiramisú.
En Berlín se empieza el día con un bauernfrühstück: un desayuno campesino, del estilo del inglés pero con la patata cocida y presentada sobre cama de cebolla pochada; de aperitivo rollmops, arenques enrollados, y para comer… asado de ganso con col verde y klößen.
Y de Berlín a Barcelona, a la ensalada mediterránea, la escalivada, los calçots, el fricandó, la butifarra amb secas o la arengada; a la macedonia de frutos frescas o el postre de músico y el zumo de naranja o al pan tostado con aceite o tomate.
Así, cada plato en su ciudad y cada ciudad en su plato, con la taza a juego para el café solo, cortado, capuchino, largo o americano, con leche, nata azúcar o sacarina… o para el mejor té oriental o inglés; también la jarra para el estudio y el vaso para el menú.
Y todo en colores, para regalar vistosidad y luz a la mesa y dar así la vuelta al mundo… por supuesto, en un plato.
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