-CARÁTULA DEDICADA A LA MUJER AFRICANA. UNA DE LAS MUJERES MÁS OPRIMIDAS, MÁS MALTRATADAS, VEJADAS Y MENOS RESPETADAS Y VALORADAS POR SU SOCIEDAD; PERO, POR DESGRACIA Y VERGÜENZA, HAY MUCHÍSIMAS MAS-

lunes, 30 de diciembre de 2013

LA MUJER Y EL FRANQUISMO -II-

Si lo publicado ayer era una especie de doctrina sacada de la noche de los tiempos, unos consejos que, en la intimidad del hogar, se podían cumplir o no, lo de hoy es triste y dura realidad. La realidad de unas leyes fascistas y machistas que sometieron a la mujer y se aprovecharon de ella.

Durante la dictadura franquista, a la mujer española se le arrebataron los derechos que la Constitución de 1931 le había otorgado, como la igualdad con respecto al varón y el derecho a voto. Con el Régimen de Franco, la mujer pasó a asumir únicamente el papel de devota madre y sumisa esposa.

Tras la victoria del bando nacional, muchas de ellas murieron por ser republicanas, unas por ejercer la militancia o la práctica política y otras simplemente por ser parientes de varones de izquierdas. Las mujeres republicanas fueron llamadas las nuevas Eva, que los 'nacionales' aseguraban parirían hijos enemigos de España, y por ello las rapaban la cabeza y las daban aceite de ricino, para pasearlas después por las calles con el fin de humillarlas. Aunque parezca mentira eso pasó hasta finales de 1939.

Por si eso fuera poco, al resto de las mujeres casadas -por supuesto, no republicanas- se les negó el acceso al mercado laboral. Con el Fuero del Trabajo promulgado en 1938, el Estado reguló el trabajo a domicilio, y sólo podían trabajar en él las mujeres solteras o viudas subordinadas a varones, es decir que viviesen con su padre.
Esas mujeres, si se casaban, debían firmar su despido voluntario un mes antes del enlace, según lo dictaba la Ley de Reglamentaciones Laborales de 1942, y para acceder de nuevo al trabajo -dos años después del matrimonio-, la Ley de Contratos de Trabajo decía que debían contar con la autorización del marido.
Lógicamente sus salarios eran muchísimo más bajos que los de los varones, exactamente la cuarta parte; actualmente solo son un 20% inferiores. Algo se ha ganado, pero para haber transcurrido 72 años, más bien poco.

Debido a todas esas trabas, resultaba imposible que una mujer fuese cabeza de familia y sacase adelante su casa. Muchas de las mujeres de aquella época tuvieron que recurrir al estraperlo, cambiando productos, manufacturados por ellas mismas, a cambio de alimentos. No olvidemos que en esa época y hasta 1952 existió la cartilla de racionamiento para los productos básicos alimentarios.
Una anotación al margen: el estraperlo estaba considerado un grave delito y acarreaba penas de cárcel y multas, salvo para los varones afiliados o simpatizantes del régimen franquista, que hicieron grandes fortunas aprovechándose de las necesidades del pueblo.

La revista de la Sección Femenina, liderada por Pilar Primo de Rivera, como escribí ayer, enseñaba a las mujeres a comportarse, siempre supeditadas a la voluntad del varón, y dispuestas a complacerlo en todo, sin derechos, sin opiniones, solo sumisión. El adulterio de la mujer estaba duramente castigado por el Código Penal, pero no el del varón que era considerado normal.

Antes de finalizada la vergonzosa guerra, en la zona liberada del yugo republicano se crearon el Servicio Social de la Mujer, y el Auxilio Social, para conseguir y explotar la mano de obra femenina gratuita, esos servicios sociales eran obligatorios para las mujeres de edades comprendidas entre los 17 y los 35 años de edad, eso sí, que estuvieran solteras.

En 1941 se creó el Patronato de Protección de la Mujer, que no era más que otra forma de atraer a la mujer hacia la Iglesia, la docencia católica, la enfermería y apartarla de cualquier opción de vida autónoma.
La situación laboral de la mujer mejoró en 1961 con la Ley sobre Derechos Profesionales y Laborales de la Mujer, que acababa con la prohibición del acceso al trabajo, aunque continuaba en vigor la necesidad de la autorización del marido para poder trabajar.

En 1963 se promulgó el Plan de Desarrollo, destinado a cubrir las necesidades de mano de obra abundante y barata. El Régimen recurrió a la mujer para ello, aunque la obligación del permiso paterno o marital para poder trabajar se mantuvo hasta 1976, cuando -ya muerto el dictador- entró en vigor la Ley de Relaciones Laborales y se derogaron muchas de las leyes franquistas.
Si hace unos meses me saqué el sombrero ante las maestras republicanas, hoy lo hago ante estas mujeres que fueron despreciadas, diezmadas, utilizadas, explotadas y vejadas legalmente por el simple hecho de ser MUJER.

domingo, 29 de diciembre de 2013

LA MUJER Y EL FRANQUISMO

Extracto del libro de la Sección Femenina de la Falange Española y de las JONS
-Editado en 1958-

Preparación de la mujer al matrimonio.
-20 Principios a no olvidar-

1.Ten preparada una comida deliciosa para cuando él regrese del trabajo.
2.Ofrécete a quitarle los zapatos.
3.Habla en tono bajo, relajado y placentero.
4.Prepárate: retoca tu maquillaje, coloca una cinta en tu cabello. Su duro día de trabajo quizá necesite de un poco de ánimo y uno de tus deberes es proporcionárselo.
5.Durante los días más fríos debéis preparar un fuego en la chimenea para que se relaje frente a él.
6.Preocuparte por su comodidad te proporcionará una satisfacción personal inmensa.
7. Minimiza cualquier ruido.
8. Salúdale con una cálida sonrisa y demuéstrale tu deseo por complacerle.
9. Escúchale, déjale hablar primero; recuerda que sus temas de conversación son más importantes que los tuyos.
10.Nunca te quejes si llega tarde, o si sale a cenar o a otros lugares de diversión sin ti. Es su derecho.
11. Haz que se sienta a gusto, que repose en un sillón cómodo.
12. Ten preparada una bebida fría o caliente para él.
13. No le pidas explicaciones acerca de sus acciones o cuestiones su juicio o integridad.
14. Recuerda que es el amo de la casa.
15. Anima a tu marido a poner en práctica sus aficiones e intereses y sírvele de apoyo sin ser excesivamente insistente.
16. Si tú tienes alguna afición, intenta no aburrirle hablándole de ésta, ya que los intereses de las mujeres son triviales comparados con los de los hombres.
17. Al final de la tarde, limpia la casa para que esté limpia de nuevo en la mañana.
18. Cuando os retiréis a la habitación, prepárate para la cama lo antes posible, teniendo en cuenta que, aunque la higiene femenina es de máxima importancia, tu marido no quiere esperar para ir al baño.
19. Recuerda que debes tener un aspecto inmejorable a la hora de ir a la cama…; si debes aplicarte crema facial o rulos para el cabello, espera hasta que él esté dormido, ya que eso podría resultarle chocante a un hombre a última hora de la noche.
20. En cuanto respecta a la posibilidad de relaciones íntimas con tu marido, es importante recordar tus obligaciones matrimoniales:
• Si él siente la necesidad de dormir, que sea así, no le presiones o estimules la intimidad.
• Si tu marido sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer.
• Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar.
• Si tu marido te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes.
• Cuando tu marido caiga en un sueño profundo, acomódate la ropa, refréscate y aplícate crema facial para la noche y tus productos para el cabello. Puedes entonces ajustar el despertador para levantarte un poco antes que él por la mañana. Esto te permitirá tener lista una taza de té para cuando despierte.


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¡A ESTA SITUACIÓN LES GUSTARÍA DEVOLVERNOS, PERO NO LO CONSEGUIRÁN!

Lo importante no es analizar si entonces las mujeres se sentían más o menos realizadas y eran más o menos felices, sino analizar qué significa que esa mujer sometida haya sido el ideal de la sociedad española durante más de treinta años y aún haya una parte -pequeña, eso si- que siga pensando igual.

viernes, 27 de diciembre de 2013

1976: ABORTAR EN LONDRES

El primer ejemplar de "El Pais Semanal" salía a la calle el 3 de Octubre de 1976 y en su portada aparecía el artículo que describía el miedo que Mari Carmen, una joven española de 28 años, había sufrido al acudir a Londres para abortar.
Han pasado 37 años de esta historia pero también podría ser el relato de una mujer el día después de que se apruebe la retrógrada Ley Antiaborto de Gallardón y el PP.
 
Abortar en Londres
 
Mari Carmen se ha despertado llorando: “Quiero vomitar”. La enfermera le ha respondido en inglés que era por la anestesia. Mari Carmen no conoce una palabra en inglés, pero siente el brazo de la mujer sobre su espalda, que le da golpecitos en el hombro, y poco a poco se tranquiliza. La enfermera no la abandona ni un minuto e incluso prueba a decirle en un español tan incomprensible para Mari Carmen como el inglés, que “no pasa nada”, que “todo bien”.
Mari Carmen se encuentra en la sala de reanimación de una clínica de un barrio residencial de Londres. Es un sábado por la mañana. Fuera brilla un sol tímido, de septiembre anglosajón. A su lado hay cuatro camas más, donde otras tantas chicas tienen deseos de vomitar por la anestesia. Tres de ellas son españolas. En la antesala se encuentran a la espera seis compatriotas más, que abortarán voluntariamente esta mañana.
 
Mari Carmen se ha recuperado. La enfermera la levanta en peso, la sienta sobre una silla de ruedas y la lleva hacia su habitación. “Estoy como borracha”, me dice; “me siento como si hubiera bebido muchísimo, pero ahora todo ha pasado”. “Tú que sabes inglés, dale las gracias”, agrega, señalándome a la enfermera, “me ha mimado y me hacía mucha falta”.
 
Nuestro viaje, el de Mari Carmen y el mío, ha comenzado hace una semana en una cafetería en Madrid. Buen número de españolas -aunque no existen estadísticas precisas- van a abortar a Londres. La cantidad es tal que se puede considerar un problema a escala nacional. ¿Pero quiénes son estas mujeres? ¿De qué clase social proceden? ¿Qué les sucede una vez que llegan a la capital inglesa? Sabemos que Mari Carmen (no es naturalmente su verdadero nombre, como no lo son los de las chicas que aparecen en este reportaje), está a punto de salir para Londres. He pedido a la amiga que le ha ayudado en las gestiones previas que me la presente.
 
Mari Carmen tiene 28 años. Es alta y morena. No es especialmente guapa. Trabaja como estenodactilógrafa y procede de una familia modesta. Es la menor de cuatro hermanos, y les tiene más miedo a éstos que a sus padres. ¿Por qué ha decidido abortar Mari Carmen? “He llegado a los 28 años sin ninguna experiencia sexual. El invierno pasado conocí a un chico muy simpático. Comencé a salir con él. Me gustaba. Todo vino rodado. Me atraía mucho sexualmente. Hicimos el amor sólo tres veces: aún no sé si me causaba placer hacerlo. Después comprendí que el muchacho me era simpático, pero nada más. Cuando me di cuenta de que estaba embarazada ya habíamos dejado de salir juntos. No quiero tener este hijo porque me echarían de mi trabajo, y porque mis padres se morirían de dolor. Además yo no lo esperaba; no quiero casarme con un hombre al que no amo”.
 
Mari Carmen me cuenta la angustia del descubrimiento: la soledad, el no poder hablar con nadie, ni tampoco con el hombre con el cuál había estado. Finalmente, se decide y le cuenta todo a un amigo que la pondrá en contacto con la muchacha que me la ha presentado. Le digo que quiero escribir un reportaje sobre ella. Duda, pero finalmente acepta que la acompañe, con el pacto previo de que no sepa ni siquiera su apellido. “No es porque no me fíe de ti”, se justifica enrojeciendo, “pero es mejor también para ti”. La chica nunca ha estado en el extranjero. No tiene ni siquiera pasaporte. Está tan angustiada, que si no la ayudase su amiga “que sabe todo porque también ha estado en Londres”, no lo hubiese conseguido. El dinero es también un gran problema: el viaje aéreo en chárter, ida y vuelta, cuesta 7.000 pesetas; la operación y el periodo de cama de una enferma, otras 6.500; después hay que añadir el hotel y la comida de tres días. En total, 20.000 pesetas. El sueldo de un mes, que Mari Carmen ha pedido a su hermana con un pretexto cualquiera. Los demás creen que va a pasar cuatro días en la sierra. 
 
Salimos el jueves por la mañana. Ella, en un viaje colectivo que lleva 150 turistas españoles a descubrir Londres. Yo, una hora después, en vuelo regular. Nos hemos dado cita en el hotel que la muchacha ha contratado en la agencia. Hemos decidido que dormiríamos en la misma habitación y que no la dejaría sola ni un minuto. Está aterrorizada, no ya tanto de la operación en sí, como de la ciudad desconocida, de la ignorancia del idioma. Pero es optimista y trata de darse ánimos. 
El hotel es viejo y destartalado, pero bastante céntrico. Cuando llega el grupo de turistas, se llena de voces en castellano. Mari Carmen está demasiado cansada para salir a dar una vuelta y nos quedamos a charlar. Tiene unas ganas enormes de hablar. Así busca tranquilizarse. Por la noche salimos. Londres, de repente, la atrae. Mira las tiendas iluminadas de Regent Street Picadilly y se olvida de su problema. Vuelve a ser una muchacha cualquiera que sale por primera vez de su cascarón. “Es una pena que no tenga dinero para comprar cualquier cosa. Quiero volver aquí, pero de otra forma. Podríamos venir otra vez como turistas”.
La cena es silenciosa. Me esfuerzo en hablar de otra cosa: le cuento mis experiencias. Ella escucha. De repente, dice con voz apagada, como si la cosa no le interesase particularmente: “¿Qué sería: un niño o una niña?”. Cuando volvemos al hotel se duerme inmediatamente.
 
Por la mañana, nos levantamos temprano para ir a la organización (de la que sólo sabemos el nombre y las señas) que deberá enviar a Mari Carmen a un médico y de allí a la clínica. El taxi nos deja en una esquina de un barrio en el que edificios muy modernos se mezclan con viejas casas oscuras. La organización que buscamos está en una de ellas. Una pintada de color azul, sobre un muro, señala el portal. Siento que se me encoje el corazón. Sobre los pocos peldaños que conducen a la puerta, también pintada de azul, crece la hierba y todo tiene aspecto de abandono. Cuando entramos, la impresión de desolación crece: la escalera que conduce al primer piso es estrecha y está llena de cosas abandonadas: una botella de leche semivacía, una taza de té, muchos papeles. Me doy cuenta de que Mari Carmen está casi por volverse atrás y pienso que si yo estuviese en su lugar haría lo mismo. Pero se trata sólo de un momento: después la chica sube decidida. En el descansillo, junto a la centralita telefónica, hay un joven: se llama Keith, tiene una gran barba y abundantes cabellos rubios. Nos indica amablemente una sala de espera y yo le traduzco a Mari Carmen que Antonia, la mujer que se ocupará de nosotros (como luego sabremos, se trata, a pesar de su nombre, de una inglesa), llegará dentro de unos minutos.
 
La habitación, pequeña y llena de color, tiene varias sillas, un diván y muchos, muchísimos posters en las paredes. Parece el cuarto de un estudiante sin dinero. Sobre el sofá están sentadas otras dos chicas: las dos, morenas y con pelo largo, llevan un bolso de viaje de plástico y nos miran con atención. También yo las observo con curiosidad. Tienen un aire familiar, sobre todo por los grandes pendientes plateados que llevan. En efecto, cuando comenzamos a hablar, parecen sorprenderse: “¿Pero sois españolas?”, gritan felices. Vienen de una pequeña ciudad de Castilla y tienen gran miedo y muchas ganas de contar sus vidas.
Una de ellas, Lola, de 24 años, empleada en un comercio, había salido una noche con un grupo de siempre; hacia las once, el marido de una amiga la acompañó hasta casa. Había bebido mucho y comenzó a abusar de ella. Ella se asustó, intentó defenderse, pero él -cuenta Lola- había perdido la cabeza. “Yo casi no me di cuenta de nada, vi sólo que me salía sangre. Entré en casa intentando no llorar, porque tenía miedo de mis padres. Ellos no me hubieran creído: son viejos. Tengo seis hermanos. No somos ricos, pero nos han educado de una manera estricta. No me hubieran creído. Nadie me cree -agrega mirándonos a la cara-. Preferí callarme. No esperaba quedarme embarazada. Cuando me di cuenta que pasaba algo, se lo dije a mi hermana Pili, que tiene una amiga enfermera. Fue ésta quien nos habló de Londres”.
Las dos hermanas -Lola y Pili- están ya en Londres. Pili ha dejado al marido y a su hijo de un año en casa. Han dicho a todos que iban a ver a una amiga. Hasta el momento, el viaje más largo que habían hecho fue a Santander, donde tienen una tía. También ellas tuvieron problemas para encontrar dinero. La madre -con mentalidad provinciana- ha criticado a Pili por dejar al niño y al marido durante tres días. Ambas tenían miedo de venir a Londres sin hablar más que castellano. Me pregunto cómo muchachas tan apocadas como Lola y Pili han podido llegar hasta aquí.
Una nueva chica entra en la sala. Es alta y delgada, con los cabellos castaños, lleva pantalones vaqueros y un jersey de cuello alto. Tiene aspecto nórdico y nosotras continuamos hablando sin hacer caso de su presencia. La recién llegada, por el contrario, parece sorprenderse: “¿Pero sois españolas?”. Cristina, que así se llama, es de Barcelona. Viene de un ambiente distinto. Es abogado, tiene treinta años y trabaja en un despacho colectivo.
“Al principio, había pensado tenerlo”, cuenta Cristina, “pero él está casado y no quiero crearle problemas. Ni tan siquiera sabe que estoy embarazada”. Cristina milita en una organización feminista y conoce desde hace tiempo la casa en la que nos hemos encontrado. Para ella no ha sido tan difícil encontrar el dinero y venir. Sus amigos no se han sorprendido cuando les dijo que venía a pasar un fin de semana a Londres.
Cuando llega Antonia, una inglesa delgada y afable, de unos treinta años, nos encuentra en plena conversación ruidosa. “Well”, dice Antonia, “veo que ya habéis hecho amigas. Siempre pasa lo mismo con las españolas”. Y añade, con la típica flema del país, “pero por favor, no hagáis mucho ruido. Aquí vienen también drogadictos y gentes con otros problemas que se espantan con mucha facilidad”. 
“Pero, ¿vienen muchas españolas?”, pregunto extrañada. “Muchísimas”, responde Antonia. “Y no nos explicamos cómo han podido conocer nuestra dirección. No puedo darte cifras, pero me atrevería a decir que las españolas suponen más del 60% de las extranjeras que vienen aquí a abortar”.
 
Mari Carmen y Lola -que están claramente satisfechas de haberse encontrado y que se entienden a las mil maravillas- se disponen a rellenar el cuestionario de rigor, redactado ya en castellano, aunque con algunas faltas de ortografía: “Edad, profesión. ¿es la primera vez que se queda embarazada? ¿Ha sido operada recientemente o ha padecido alguna enfermedad importante? ¿Es alérgica? ¿Cuándo ha tenido la última menstruación? ¿Qué tipo de anticonceptivo piensa usar en adelante?”.
Luego nos da una cita para todas, a las tres, con el doctor; según dice Antonia, uno de los mejores ginecólogos ingleses. Si no les ve él personalmente, lo hará un ayudante igualmente bueno.
Es la hora de comer. Lola y Pili hablan bajito entre ellas. Tenían miedo de que el dinero no les alcanzase y, en una bolsa de excusión, han traído chorizo, salchichón y fruta. “Si venís al hotel, habrá para todas”, dicen.

A las tres nos volvemos a encontrar en la dirección que nos han dado: un palacete señorial. De estilo victoriano, tiene dos columnas en el exterior, y dentro posee una escalera de madera y mullidas alfombras. La sala de espera es muy diferente a la de la organización en la que hemos estado esta mañana: está puesta con gusto y con sentido del confort típicamente burgueses. Allí esperan una india, envuelta en un sari estampado, y otras dos chicas. Las tres están acompañadas por hombres. Antes que a nosotras, las llaman a ellas. Sus apellidos no dejan lugar a dudas: son de lo más corriente que existen en España. Digamos que López y Pérez.
El médico, un joven indio, toma las muestras de sangre para hacer los análisis; hace una inspección ginecológica y pregunta rutinariamente qué enfermedades han padecido. Las chicas no dudan. Todas afirman estar sanísimas. Ni tan siquiera han tenido el sarampión. Las contestaciones son demasiado mecánicas. ¿Quién puede exponerse al riesgo de no abortar después de haber hecho el viaje?
Mari Carmen, Lola y Cristina tienen ya su papeleta con la dirección de la clínica, y la indicación de presentarse a las ocho de la mañana siguiente, en ayudas y sin haber fumado. Es esto último lo que más les preocupa. “¡Sin poder fumar -se lamentan a coro- estaremos muy nerviosas!”.
Para cenar, Lola y Pili vuelven a echar mano de sus provisiones. Quieren acabar con ellas. Tienen miedo de que el olor a chorizo invada el hotel.
Sólo vamos a comer fuera Mari Carmen, Cristina, César Lucas (el fotógrafo del periódico, que acaba de llegar) y yo. Las chicas están completamente relajadas. Ya no tienen miedo a nada. Ni tan siquiera de hablar libremente delante del fotógrafo, un hombre. Cristina dice que el macho hispánico no ha muerto y que para una mujer libre es muy difícil en la actualidad comportarse coherentemente. Mari Carmen, cuya extracción social es evidentemente distinta, me dice al oído: “Cuando una chica está en la cama con un hombre siempre piensa: y si lo supiese mi madre…”.
Al final de la cena el más deprimido es César Lucas, que confiesa: “Con este reportaje se acaba mi carrera de latin lover”. 
 
Por la mañana, el despertador suena a las seis y media. Me cuesta trabajo abrir los ojos, mientras Mari Carmen está muy nerviosa. Para llegar a la cita, atravesamos Hyde Park y medio Londres, brumoso y vacío en el week end. La clínica -una de las siete u ocho en las que se practica el aborto también a las extranjeras- es un delicioso chalet, muy parecido a un college, en un barrio de pequeñas casitas con jardín.
En la recepción, situada en un pabellón aparte, nos recibe una enfermera. Allí están esperando ya la india, otra asiática y dos jovencitas de no más de dieciocho años. Una de las dos juega con un pequeño snoopy de trapo. Las dos hablan también el castellano, con un fuerte acento canario. Otra española más, pienso. Y no acabo de pensarlo cuando entran dos chicas que estaban en nuestro mismo hotel y que también han venido con el grupo de turistas. Más tarde llega una pelirroja, muy aparatosa, que había viajado en el mismo avión. Después, las dos muchachas -Pérez y López- que encontramos la víspera en el médico. Por fin, Cristina, Lola y Pili. Un ejército de españolas. Más tarde, sabría que de las veinte operaciones realizadas esa mañana, tres eran inglesas y diecisiete extranjeras; diez de ellas, españolas.
La enfermera dice que no puedo quedarme acompañando a Mari Carmen. Explico que soy una periodista que está haciendo un reportaje y se acaban los problemas. Me envían a la directora de la clínica, Mrs. McAlistair, que me da permiso para permanecer en la clínica hasta la noche y me invita, más tarde, a tomar un café con ella.
A Mari Carmen le ponen una pulsera de plástico con su nombre, le dan un camisón de papel y le invitan a desnudarse. Ha sido conducida a una habitación pequeña pero acogedora, con una cama y una ventana cubierta por cortinas de flores, que no ocultan el prado, típicamente inglés, situado a espaldas de la casa. Le abrocho el camisón y ella se acuerda, de pronto, de que no ha traído ni la bata, ni las zapatillas. “La próxima vez -dice con espontaneidad- tengo que acordarme de las zapatillas”. Luego se da cuenta de lo que ha dicho y se ríe, viendo mi cara aterrorizada.
Llega el doctor. Se llama Arnold Finks. Tiene una edad indefinible, aunque, sin duda, ya ha pasado la cincuentena. Se parece a David Niven y es muy amable y cariñoso. Él también habla algo de español -”no te preocupes, no pasa nada”- y me invita a conversar con él más tarde.
 
Mientras Mari Carmen está ya en el quirófano, descubro en la habitación una serie de revistas. Hay también algunas edulcoradas fotonovelas. Dos están en inglés y el resto en español, francés e italiano.
Mari Carmen vuelve. Semidormida, pero con ganas de hablar. “Debes escribir que son muy amables”, me dice. “Me han mimado como si fuera pequeña… ¿Tú qué crees? Yo pienso que iba a ser un niño”, dice otra vez.
La dejo un momento sola y voy a ver cómo están las otras. Lola dice: “Se acabó la pesadilla”. Cristina, al contrario, parece más triste. Está bien, no le duele nada, pero no tiene ganas de hablar. En otra habitación hay dos chicas más, una madrileña, muy segura de sí misma, rubia y gordita, y una sevillana, también rubia. Esta última tiene dolores y tengo que llamar a la enfermera para que le dé un calmante. Las dos han venido sin que sus familias lo sepan. Está, por fin, la jovencita canaria, que me mira con curiosidad y no quiere decir su nombre.
Después del almuerzo voy a tomar café con Mrs. McAlistair, una señora rubia, de unos cuarenta y cinco años, casada y con tres hijos mayores. “En esta clínica no sólo se practica el aborto, si bien es ésta la operación más frecuente; sobre todo a chicas extranjeras. Vienen de todas partes, también de Sudáfrica, de Chile, de toda Europa, pero he de decir que el porcentaje más amplio lo componen las españolas. Son también las que superan mejor los problemas psicológicos.  
 
Son ya las tres. Mari Carmen tiene hambre. Le traen té, pan y mantequilla. Más tarde cenará copiosamente antes de que lleguen las seis y media, hora de las visitas. Mientras tanto, hace ya tiempo que el teléfono que se encuentra en el pasillo ha comenzado a sonar insistentemente. Son las acompañantes que quieren informarse del estado de las recién operadas, que quieren hablar con ellas. Cuando la enfermera negra no entiende bien los nombres, me llama para que le sirva de intérprete.
Mari Carmen se ha trasladado a la habitación de Lola y las dos se tratan como viejas amigas. También las otras se han reagrupado. La única que continúa sola, ni triste ni alegre, es Cristina. No quiere hablar con nadie.
 
Es de noche. Tengo que dejar la clínica. El doctor Finks me acompaña al hotel y, por el camino, me cuenta decenas de historias que él ha venido viviendo día a día. 
Por la mañana, a las ocho, llegan Mari Carmen y Lola. Han venido en taxi, acompañadas por la joven canaria y las otras dos que viven en nuestro mismo hotel.
 
Mi avión sale a la una. Ellas salen más tarde. Nos despedimos, nos abrazamos sin intercambiar tan siquiera las direcciones. El mal trago había pasado y ahora tocaba olvidarlo.
 
 
Por esos años, o un poco más tarde, en Barcelona iba de boca en boca la dirección y teléfono del Doctor Timoty Morton, su clínica londinense de abortos donde se hablaba español y cuyos chóferes -portadores de una agenda roja- recogían a la españolas en el mismo aeropuerto de Heathrow. La estancia también era de tres días. 
A finales de los 70, creo que todas guardábamos a buen recaudo esos datos por si algún día los podíamos necesitar; para que yo misma, 30 años más tarde, todavía recuerde el nombre del médico, imaginad la losa y el miedo que llevábamos sobre nuestras aún adolescentes vidas.
 
A ESO NOS VUELVE A CONDENAR EL MINISTRO GALLARDÓN:
¡AL MIEDO Y A LA CLANDESTINIDAD!

jueves, 26 de diciembre de 2013

ESTILO JAPONES

La invasión de la cultura nipona es un hecho más que evidente. Desde el sushi hasta los tatamis, el estilo japonés triunfa con éxito y se va imponiendo poco a poco en nuestra cultura.
 
Si pretendemos decorar nuestra casa al estilo nipón, tenemos que olvidarnos de los trastos y estar muy pendientes del orden.
El interior japonés es sobrio y ordenado. A diferencia de la decoración interior occidental, la nipona apuesta por la simplicidad, la sencillez y la pureza de líneas. Los muebles deben ser poco ostentosos y limitarse a lo esencial. Es preferible montar la sala de relax en una habitación completamente vacía y, a ser posible, con un gran ventanal, que abarrotarlo de mesas, sillas y sillones. Los ventanales grandes con los cristales partidos por listones de madera le dan un toque nipón, aunque ese estilo también sea muy inglés.
En lugar de un sofá podemos colocar un tatami y unos cojines grandes; ya sabemos que los japoneses se sientan en el suelo. Nosotros podemos intentar acostumbrarnos.


Lo mismo sucede con la mesa del comedor, aunque debo reconocer que en esa mesa yo no podría comer. Vale que nos guste la decoración japonesa pero las costumbres son las costumbres y donde esté la mesa convencional, aunque sea de ese estilo, que se quiten las bajas.

Para que nuestra nueva decoración sea perfectamente japonesa, sobre todo debemos vigilar que la estancia sea asimétrica, ya que esta característica proporciona movimiento al espacio para no verlo todo igual; podemos conseguir esa asimetría poniendo las mesitas auxiliares de distinta forma y altura, pero dentro de un mismo estilo.
A eso le añadiremos accesorios típicamente japoneses para aportar equilibrio: los pufs, por ejemplo, son la pieza estrella en la decoración oriental y sus lámparas fabricadas en materiales naturales también.
 
Lo cierto es que con este estilo se consiguen espacios relajantes que buscan aprovechar al máximo cada rincón sin  sobrecargar ningún ambiente. Es un estilo perfecto para decorar cualquier estancia pero muy especialmente el living, ya que busca la sencillez y la comodidad en todo momento.
 
Antes de comprar cualquier artículo oriental para nuestra casa, debemos elegir los colores con los que llenaremos el ambiente. En este estilo se recomiendan las tonalidades claras y neutras, que inspiren calma; pero también se utiliza mucho el negro y rojo. También  el blanco y la gama de verdes y marrones en sus tonalidades claras son muy recomendables, ya que, según los japoneses, recuerdan a la naturaleza.


Si te gustan las plantas, los bonsáis son indispensables. Mejor poner uno de ellos que cualquier otra planta que no sea oriental. Las fuentes de agua también son un elemento muy importante en esta cultura. ¿Te animas a dar un giro de 180º a tu salón o dormitorio?

miércoles, 25 de diciembre de 2013

JARDINES VERTICALES

Todas hemos visto maravillosos jardines verticales de exterior. En los espacios urbanos actuales cada vez surgen más una serie de espacios verdes en forma de huertos urbanos y jardines verticales que están contribuyendo a cambiar, para mejor, el paisaje de nuestras ciudades. Estos jardines son pequeños o grandes oasis verdes en mitad del cristal y el cemento y se empiezan a utilizar en espacios hasta hace poco inimaginables.
 
Hasta ahí todo perfecto, pero lo que yo desconocía son los jardines verticales de interior. Es decir que en lugar de un espejo o un cuadro, instalas un verde jardín en la pared.
 
Dicen que un jardín vertical también es una solución para la falta de espacio. Tienen razón, todas sabemos el lugar que ocupa una bonita Kentia o un gran Ficus benjamina en mitad del salón.
 
Desde varias páginas de internet nos proponen utilizar dos laminas de fibra de vidrio para plantar verticalmente en una pared, empleando sustrato de fibra de coco para enraizar las plantas y seguir las técnicas habituales de cualquier cultivo hidropónico.
 
Si os apetece la idea, aquí os dejo los consejos de una de las páginas web. Hay un par de docenas. Copio textualmente:
  • Para construir este tipo de jardines es básico contar con una buen estructura a base de placas metálicas o bien mediante un sistema de cables.
  • Al colgar la estructura en la pared, ten en cuenta que debes dejar espacio para favorecer la circulación del oxígeno y evitar que se acumule la humedad.
  • Puedes emplear dos placas de plástico o PVC cubiertas de fieltro para colocar la fibra de coco y facilitar el enraizamiento de las plantas.
  • Recuerda que el jardín vertical funciona como un cultivo hidropónico, sin tierra, y que el agua del riego automático por goteo debe contener los elementos y nutrientes necesario para las plantas.
  • Para terminar, puedes elegir sembrar casi cualquier tipo de planta ornamental.
  • Un último consejo, si quieres empezar con algo realmente sencillo, construye una estructura rectangular  de madera y planta enredaderas para ir cubriéndola.
Sinceramente, me gusta mucho como sistema decorativo pero veo muy complicada su instalación y mantenimiento, salvo el que ya está montado y tiene ruedas, pero es feo a rabiar. Llevar un sistema por goteo, separación de la pared, fibra de coco... por más que digan, eso debe producir humedades  y como te entre una lagartija embarazada, vais a ser ciento y la madre viendo la tele en el salón. Es muy bonito, pero yo paso. Me quedo con mi Ficus Benjamina y mis Pothos. Si alguna de vosotras se apunta, ya me contaréis.
 
 
¡FELIZ NAVIDAD!

lunes, 23 de diciembre de 2013

INEFABLE COCO CHANEL

Ahora que nos están bombardeando con Marilyn Monroe y sus 'gotitas' de Chanel nº5, vale la pena recordar que 1921 fue el año que vio nacer el mitificado perfume femenino por excelencia, el Chanel Nº5. Esa tarro de perfume se convirtió, once años después de la fundación de la maison Chanel, en el primer perfume de firma y alta costura.
 
Y tenía que ser Coco la primera en atreverse a llevar su firma a un aroma porque, al igual que en el asunto del vestir volvía a los básicos con el convencimiento de que la simplicidad es donde reside la elegancia, no dudaba de lo esencial de un perfume porque, según afirmaba ella misma, una mujer sin perfume es una mujer sin futuro.

Gabrielle Bonheur Chanel, Coco, en su vida disfrutó de sueños alcanzados y sufrió de sueños perdidos, fue del éxito al olvido, del retorno, al fracaso y de nuevo al éxito en ultramar, del amor y el desamor... “Hay tiempo para trabajar y tiempo para amar, pero no hay tiempo para nada más” dijo cuando ya hubo superado con creces su sueño de ser una modista conocida. La inefable Coco nació el 18 de agosto de 1883 a la orilla del Loira, en Saumur, y nos dejó el 10 de enero de 1971 a orillas del Sena, en París.

Una teleserie, dos largometrajes, un musical y una incontable colección de libros, entre biografías e historias de su estilo, dejan poco por descubrir del universo de Chanel y de su diseñadora.
Pero Gabrielle, o Coco, para siempre leyenda e icono de la moda, sigue presente entre nosotras a través de sus anécdotas, sus citas, y la rumorología que no deja de hacer crecer al mito.

Gabrielle Bonheur quiso ser cantante, pero gracias a una voz poco afortunada, la moda descubrió a la diseñadora más emblemática de todos los tiempos.
Mujer excepcional de la que se sabe que prefería trabajar sus diseños sobre el cuerpo de las modelos, que dar uso al papel y al lápiz.
Para ella el número de la suerte era el 5 y su flor preferida la camelia, concretamente a la Camelia Japónica Alba Plena, flor que conoció en Nantes y le fascinó por su belleza, su sobriedad y por su falta de olor. Su marchamo o marca personal siempre fueron los collares de perlas. Cortos de dos o tres vueltas o extralargos, de diez vueltas, y con nudos y adornos, pero siempre perlas. Así los lucía Coco y así los lucimos ahora.
 
Ya sabemos que Coco diseñaba con pasión, pero puede que no sepamos por qué sus diseños de trajes de novia desaparecieron de su pasarela. Su hermana Antoniette contrajo matrimonio y  dicen que el diseño del vestido fue maravilloso, pero la desgraciada vida de su hermana y su final suicida, le quitaron las ganas de volver a diseñarlos. He ahí el motivo de su ausencia.
 
Coco Chanel, o Gabrielle Bonheur, nos dejó un montón de sabias citas, un sinfín de diseños, un estilo sin caducidad, el perfume -guste o no- sin parangón y, una cosa que no sabía: los zapatos bicolor, que más que una apuesta al negro y al beige, supusieron un cambio de paradigma en el diseño del calzado.
 
Coco Chanel, la Gran dama de la Gran moda.

sábado, 21 de diciembre de 2013

DERECHOS EN RETROCESO

Ayer, el gobierno del PP -que en mala hora llegó al poder-  nos ha devuelto a aquella España negra, triste y autoritaria -fascista- que tanto les gusta; a aquella España en la que la ultraderecha más cerril, inculta y bárbara está anclada desde hace décadas.
 
Esa ultraderecha y ultracatólica derecha española representada por
un grupo pequeño de reaccionarios católicos obsesionados con los derechos y la libertad de las mujeres; esos que no pueden soportar la idea de que las mujeres seamos iguales a ellos porque su frágil ego no se lo permite; esos que no entienden nada de derechos, de democracia, de libertades; esos que sólo entienden de gobiernos autoritarios en los que se imponga -a la fuerza- su oscura, estrecha y pobre visión de la vida. 
Esos que necesitan que las mujeres, su cuerpo, su sexualidad, sus decisiones, dependan de ellos.
Esos que se han dedicado durante siglos a hundir a este país y con él a las mujeres que lo habitan.
Esos, la iglesia de Rouco Varela y el PP han hecho retroceder nuestros derechos 30 años atrás, colocándonos hasta por detrás de las chipriotas, pero -eso sí- por delante de las mujeres de Malta, país donde está terminantemente prohibido.
 
Ayer el tapado ultraderechista ministro Gallardón decía que su nueva ley era la primera que no penalizaba a las mujeres que abortan porque las mujeres que abortan son todas víctimas. ¡Que hipócrita y cretino llega a ser!...
 
Mira, Alberto, no nos cuentes cuentos chinos que, a estas alturas, ya no cuelan. Las mujeres que abortan libremente y con seguridad no son víctimas, son mujeres libres y dueñas de sus cuerpos y de sus vidas. Ellas, solas -o junto con su pareja- deciden, no los jueces y la iglesia.

Las víctimas puede que comiencen -o vuelvan- ahora, cuando alguna mujer no pueda ir a Portugal, Holanda o al Reino Unido e intente abortar en condiciones inseguras para su vida, como ocurre en los países en los que se prohíbe o dificulta el ejercicio de este derecho. ¿Y quién será entonces el responsable?... Pues responsables habrán muchos: la 'santa' iglesia católica, , tu partido y las asociaciones 'provida'.
 
Las ricas 'provida', las ricas del PP y las ricas de misa 'de una' -no nos engañemos- seguirán abortando con seguridad, las pobres no; pero como al PP los pobres, la población con menos recursos económicos, se la trae al pairo... pues tranquilos y en vuestra línea; pero no os olvidéis que "a cada cerdo, le llega su San Martín".
 
Las mujeres españolas no necesitamos ser 'protegidas', ni tampoco tuteladas, por el PP y la Conferencia Episcopal.

viernes, 20 de diciembre de 2013

UNA MUJER XX Y XXI

"On me dit que nos vies ne valent pas grand chose,
Elles passent en un instant comme fanent les roses.
On me dit que le temps qui glisse est un salaud
que de nos chagrins il s'en fait des manteaux
Pourtant quelqu'un m'a dit...

Que tu m'aimais encore,
C'est quelqu'un qui m'a dit que tu m'aimais encore.
Serais ce possible alors ?

On me dit que le destin se moque bien de nous
Qu'il ne nous donne rien et qu'il nous promet tout
Parais qu'le bonheur est à portée de main,
Alors on tend la main et on se retrouve fou
Pourtant quelqu'un m'a dit ..."
 
Así cantaba Carla Bruni en el año 2002. Carla Bruni, una mujer de buena familia, educada en los mejores colegios, cantante en el año 2000, ex primera dama de Francia en 2013, top model en los 90, madre a los 40, actualmente imagen de la firma joyera Bvlgari y sobre la que quiso destacar nuestra princesa del telediario sin, lógicamente, conseguirlo.
 
Una Carla Bruni que estos días ejerce de modelo e imagen de Bvlgari y, al mismo tiempo, de dama de la canción en la gira que comenzó el 3 de diciembre y que la llevará a recorrer, guitarra en ristre, Europa, EEUU y Canadá hasta el 13 de junio; sin separarse demasiado de su hija Giulia, que nació hace dos años, fruto de su matrimonio con Nicolas Sarkozy.

jueves, 19 de diciembre de 2013

¡MENUDA CAMA CON DOSEL!

Ya tengo decidido cual va a ser mi regalo para esta próxima navidad. Si Papá Noel no puede solo... que se asocie con los Reyes Magos que son tres, pero... ¡quiero una cama con dosel!
 
¡Ojo! No me refiero para nada a esas vulgares camas atrapapolvo con ridículos cortinajes, quiero una cama con dosel y tecnología de vanguardia, exactamente y para que no existan errores, 'me pido' la HiCan; que es el nombre con el que se conoce a la High Fidelity Canopy, una cama que puede convertir el dormitorio en una sala de recreativos o en el mejor cine en casa.
 
Con una estructura cúbica donde no hay ni una sola arista para que no te abras el coco, es una cama de matrimonio cuyas caras se pueden cerrar con persianas si se desea total intimidad y en la que una de ellas cuenta con una pantalla extraíble en la que jugar a la Xbox (la consola se encuentra integrada dentro de la estructura de la cama), ver la tele, una película o navegar por internet. Para dormir, si se prefiere, basta enrollarla dentro del propio soporte de la cama. ¿Es o no perfecta?...
 
Esta maravilla ha sido diseñada por el italiano Edoardo Carlino en un proyecto para el que se contó con la colaboración de la Universidad de Calabria y se encarga de fabricarla Hi-Interiors, una firma asociada a la italiana Detamobili.

“El diseño y la tecnología también son necesarias en una cama. Pasamos allí un tercio de nuestra vida”, explica su diseñador.  Con estas ventajas, creo que podemos pasar hasta más.
¿Su precio?... 42.000 Euros. ¿Entendéis ahora por qué deben asociarse  Melchor, Gaspar, Baltasar y Papá Noel para cumplir mis deseos? Aunque me temo que ni así consigan darme el gustazo.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

EL YA CLÁSICO 'MONO'

El 'todo en uno', o el también llamado 'mono', es una de las pocas prendas que cien años después de su creación puede presumir de llevar una doble vida: la original, la del trabajo duro; y la de tarde o nocturna, es decir la de ir de compras o a trabajar y la de las fiestas y celebraciones nocturnas.
 
El mono surgió (y se mantiene) como una prenda de trabajo a principios del siglo XX. Resistente, cómodo y plagado de bolsillos, pronto fue adoptado durante la Segunda Guerra Mundial por los pilotos y por las mujeres, que se enfundaban el 'todo en uno' por primera vez para hacer frente a las duras tareas a las que se enfrentaron en aquella época. 
 
A finales de los 60 se empezaron a ver por muchos escaparates pero yo al ser tan alta y delgada pensé que aquel tipo de traje aún me haría más 'palo'. Sobre 1977-78 me enamoré de uno que había en una tienda de Mariano Cubí. Tras varios días de mirarlo, entré, me lo robé y... ¡me venía corto de piernas!; pero me gustó como me quedaba. No me hacía más alta, me hacía lo que era: un palo.
La pequeña tienda, que acabó teniendo 6 grandes tiendas en Barcelona, tenía confección y, por el mismo precio me hicieron uno a medida.
 
Lo recordaré siempre: era de color canela con el cuello, los puños y el ancho cinturón en color beig. Cuando lo estrené me sentí tan cómoda y favorecida que 15 días más tarde encargué uno azulón mucho menos sport que el primero. Luego vino el negro de crèpe, el amplio blanco con topos negros, uno color vino... Creo que durante los siguientes 15 años, y aunque la moda fuese variando, cada verano y cada invierno estrenaba uno de los 'todo en uno' de Lola. Un día, pregunté qué modelos iban a hacer aquel año y Lola me comunicó que ninguno. El 'mono' había dejado de llevarse. ¡Que fastidio, con lo cómoda que iba!...
 
La primera versión ‘moda’ del mono fue de Elsa Schiaparelli, e imitaba a los utilizados durante la guerra en un vivo azul y con capucha, pero su momento de apogeo no llegó a finales de la década de los 60 y se llevó como ropa de diario hasta principios de los 90. A partir de entonces, el armario femenino le dio un respiro de casi 20 años, hasta que en 2008 Stella McCartney volvió a hacer de él un perfecto sustituto al vestido de noche. 
 
A partir de esa 'recuperación' han vuelto los monos para llevar a cualquier hora del día y de la noche pero yo ya me he 'desmonotizado'. Lola, que era la diseñadora y alma de la marca, se jubiló y las dos tiendas que, en la actualidad, quedan ya no tienen confección y venden lo mismo que el resto.

martes, 17 de diciembre de 2013

MIRIÑAQUES, CORSÉS Y...

El pasado mes de Noviembre se dio por finalizada la exposición “La Mécanique des dessous” que se inauguró el pasado mes de Julio, en el Museo de Les Arts décoratifs de París.
 
Miriñaques, corsés, polisones, cinturones de estómago, e incluso los modernos sujetadores ”push up”, fueron objeto de análisis durante la exposición de Paris que mostraba la evolución de estos artilugios que, en forma de ropa interior, han sido los  encargados -a lo largo de la historia- de rediseñar el contorno del cuerpo femenino siguiendo los códigos de moda de cada época.

Porque los tiempos en que la ropa interior debía esconderse pasaron a mejor vida y hoy en día lucirla de forma indiscreta resulta casi lo normal. Conocer la historia de estas, en ocasiones, mágicas prendas resulta cuanto menos curioso ya que desde hace siglos han sido y son auténticas armas de seducción masiva y objeto de fantasía, encargadas a lo largo del tiempo de meter en cintura, nunca mejor dicho, la silueta femenina e incluso masculina, siguiendo los dictados de la moda y la moral.
 
Unas prendas que lejos de ser sencillas, en sus orígenes -Siglo XIV- podían resultar verdaderas máquinas estructuradas para aportar volumen y seductoras curvas al cuerpo femenino.

En las últimas décadas de la Edad Media, se descubre una predilección por los artilugios que disimulan, disfrazan o enmascaran el cuerpo. Entre las mujeres imperaba el uso del “bliaud”, un vestido largo y ancho ajustado en la cintura y encargado de realzar el pecho.
Los tratados de belleza publicados a partir del siglo XVI determinaban que las mujeres debían ser hermosas y los varones viriles. Así que ellas, para dar forma a su cuerpo, escondían la parte inferior con enaguas y faldas y enfatizaban el pecho, el cuello y el rostro.

Las mujeres, por el gusto por lucir figuras enteramente artificiales hemos tenido que soportar el uso de corpiños de varillas, miriñaques, y demás suplicios, hasta llegar a la proclama de libertad en el siglo XVIII con el empleo de prendas que destacaban la naturalidad. Aunque no debemos olvidar los terribles corpiños de principios del Siglo XX y las terroríficas fajas compresoras de los 40 y 50.
¿Cómo lo podían soportar?...

La convivencia de ambas tendencias han llegado hasta nuestros días según el clasicismo o vanguardismo de los diseñadores que la recrean, la lencería pone nuevamente de manifiesto que la moda es fiel reflejo de la sociedad que la viste.

Hacer desaparecer el vientre, comprimir la cintura hasta hundirla y cortarte la respiración, sostener el pecho, resaltar los senos, a veces aplastarlos o redondear las caderas y potenciar las redondeces traseras el confort y la funcionalidad siempre cedieron el paso a la apariencia y así ha sucedido hasta nuestros días.

La mítica línea New Look lanzada por Christian Dior en 1947, supuso en su momento una vuelta al gusto por lucir una silueta femenina y equilibrada. Una figura pin-up de delgadísima cintura, torso estrecho, caderas abombadas y prominentes pechos; reemplazada en los sesenta y setenta por iconos de delgadez como Jane Birkin o Twiggy; y que nuevamente cambia con la recuperación del corpiño por diseñadores como Christian Lacroix o Vivienne Westwood entre otros.

 
En el siglo XXI hemos sustituido el corsé físico por otro invisible: el gimnasio, la dieta y la cirugía estética son las encargadas de esculpir hoy nuestros cuerpos, sin embargo el ideal femenino se mantiene: delgadez y pechos generosos, que ahora se consiguen mediante la cirugía y el 'push up'.

lunes, 16 de diciembre de 2013

ZAPATOS PARA LLORAR

Y no de dolor, que puede que también, si no de ¡horror!
 
He dicho varias que veces que soy, como la mayoría de mujeres, una gran amante de zapatos y bolsos, que me gustaría tenerlos todos, bla, bla, bla, etc... Bueno, todos tampoco y de los modelos que expongo no querría tener ni uno porque... ¡hasta puestos en el mueble zapatero me dañarían la vista!
 
Muchas veces veo la foto de una famosilla o famosa con un pinta espléndida y un vestido maravilloso, pero miro hacia abajo y, más veces de las que querría, me quedo de un aire. No entiendo por qué, ahora, el diseñar unos zapatos 'fashion' signifique dar salida a horteradas y grandes pruebas de mal gusto.
 
Zapatos y sandalias 
que no combinan con nada y son absurd@s por si sol@s. ¿Qué buscan? ¿Llamar la atención aunque sea haciendo o provocando el ridículo?... Será eso.
 
Algunos de los 'hermosos' zapatos que inserto son de grandes marcas, otros son de gente con ganas de hacerse notar y subir en el escalafón de diseñadores chorras. ¿Adivináis cuales son de unos y de otros?